Monday, July 1, 2013

Los inocentes vuelven a sufrir en Auschwitz

Kiko Argüello vuelve a hacer interpretar su sinfonía El sufrimiento de los inocentes, pero esta vez en el macabro escenario del Holocausto judío.

De la que se ha librado mi señor padre. Un golpe de instinto, supongo, o una corazonada, o quizá la protección de su santo Ángel de la Guarda, que siempre dio pruebas de una razonable sensatez; al contrario que el mío, que es un cabeza loca.
Mi hermano Jorge, el segundo de los cinco, salió viajero, no se sabe bien por qué, y hace lo posible por llevar a las personas que quiere a los lugares que a él le interesan o le hacen feliz. El fin de semana pasado (22 y 23) estaba empeñado en llevar a mis padres a Polonia.
Pero papi dijo que no quería. La razón: el viaje incluía una visita al campo de exterminio nazi de Auschwitz-Birkenau, uno de los lugares más lúgubres del planeta. Y mi padre dijo que no. Que fuese Jorge con Ana y los chicos. Que a él no se le había perdido nada allí, que ese sitio le daba mal rollo.Hubo numerosos argumentos en favor del viaje que sin duda ustedes adivinarán, entre ellos los míos. Pero cuando Carretero dice que no, es que no. Así que mis padres se quedaron en casa y sustituimos los hornos crematorios por una excursión a los Picos de Europa, que estaban que daba gloria verlos.
Pobre Jorge, pobres sobrinos míos. Al llegar al campo se habrán encontrado, como todo el mundo, con los barracones, las alambradas y los hornos; habrán visto el macabro letrero de la entrada, Arbeit macht Frei; habrán sentido, como todos, una angustiosa presión en el pecho, pero esa opresión se habrá vuelto pasmo al pasar ante la Puerta de la Muerte, donde las vías del tren.
Porque allí se habrán encontrado con un acto que hay que llamar religioso en el que el indescriptible Kiko Argüello, fundador y líder todopoderoso del Camino Neocatecumenal, rodeado de su habitual cohorte de prelados de postín y ante varios cientos de sus seguidores, hacía interpretar en público una vez más, una vez más, esa especie de obra musical que se debe a su ingenio (ahora veremos eso) y que se llama, con título atinadísimo, El sufrimiento de los inocentes.
He pasado por la experiencia de escuchar eso, en vivo y en directo, una vez. Fue en Madrid, el lunes 22 de agosto de 2011, en la plaza de La Cibeles. Estaba el lugar lleno con unos 30.000 kikos, la mayoría muy jóvenes, que se celebraban a sí mismos después de la Jornada Mundial de la Juventud, que ellos habían organizado (siempre lo hacen, sea donde sea) y a la que había asistido Benedicto XVI.
Miren ustedes, no es este el lugar para analizar el Camino Neocatecumenal, uno de los movimientos recientes  más ruidosos y en crecimiento  de la Iglesia católica, y también uno de los más controversiales. Algunos consideran que usan metodos  sectarios entre sus miembros y hay que admitir que no faltan motivos ni muchísimo menos. Pero ese es otro asunto.
Lo que me interesa es la obra musical en sí y lo que puede haber llevado a su compositor (así se hace llamar este hombre) a imponerla sin la menor misericordia allá por donde va. La última vez, este domingo en Auschwitz.
La agencia de noticias  Infocatólica, publico un articulo  titulado : “Kiko Argüello rinde en Auschwitz un homenaje a las víctimas del Holocausto”.
El homenaje.
Eso no es verdad. El titular correcto, a mi modo de ver, habría sido: “Kiko Argüello vuelve a homenajearse a sí mismo a propósito de las víctimas del Holocausto”.
Al oír este Sufrimiento de los inocentes no puedo evitar que me venga a la memoria la figura del joven conde austriaco Franz von Walsegg, un tipo sin escrúpulos pero con mucho dinero que disfrutaba haciendo escuchar a sus amigos las maravillosas obras musicales que componía. Eran verdaderamente buenas. Quizá porque no las escribía él: Von Walsegg no tenía ni puñetera idea de música, así que contrataba a compositores célebres, les encargaba obras y les pagaba muy generosamente por dos cosas: la música propiamente dicha... y su silencio. El muy sinvergüenza hacía pasar por suyas aquellas piezas. Gracias al conde Walsegg tenemos hoy el Requiem de W.A. Mozart.
El talento y los conocimientos musicales de Kiko Argüello están a años luz no ya de los de Mozart, sino de los del conde Walsegg. Y le pasa lo mismo que a este: sueña con que se le admire como músico. También como pintor, y en ese terreno los resultados son igualmente devastadores, pero alcanzan a menos gente. Pertrechado con una guitarra, a la cual ha aprendido a arrancar media docena de acordes básicos, y con las muy poquitas luces que el Cielo tuvo a bien otorgarle, lleva años perpetrando canciones, muchas veces larguísimas, que sus fieles cantan con asombrosa disciplina, acompañándose siempre de tres palmadas. Los más intrépidos de ustedes quizá se atrevan a entrar en YouTube y escuchar obras que habrían puesto verde de envidia a J.S. Bach, como Una gran señal, el Cántico de Moisés o, por favor, esta sobre todo, el inenarrable Cántico de Zaqueo. Hasta ahí llega Kiko.
Pero su vanidad llega muchísimo más lejos. Nunca sabremos, porque él no lo consentirá, el nombre del músico que transcribió y orquestó el impresionante tostón del Sufrimiento de los inocentes, que Kiko sacó a la guitarra con sus habituales seis u ocho acordes: La menor, Sol mayor, La menor, Sol mayor, alguna escapada a Do o a Fa y vuelta a La menor, Sol mayor, y así hora y media.
Tampoco sabremos cuánto ha costado montar una orquesta sinfónica y un coro cuya única función en este mundo parece ser la de interpretar ese latazo obsesivo en todas partes en donde sea posible: París, Madrid, Nueva York, Israel, Dusseldorf y ahora nada menos que Auschwitz. Ad maiorem gloriam Kiko.
Cuando alguien alcanza un poder absoluto en cualquier grupo humano (desde una junta de vecinos a una secta religiosa) suceden dos cosas. La primera, que lo destripa la vanidad, sobre todo si su personalidad es más bien inestable. La segunda es que nadie se atreve a decirle lo que todos piensan. Eso parece que  le sucede al pobrecillo  Kiko . Nadie le dice la verdad: que se pone en ridículo cada vez que obliga a los inocentes de turno a padecer el sufrimiento de escuchar ese monumento a la soberbia y a la colosal vanidad de un tipo que quizá tenga sus virtudes, pero que musicalmente es un absoluto mediocre.
No se ha  dudado en usar incluso a las víctimas del Holocausto para gozar, una vez más, del forzado aplauso de quienes no pueden prescindir de él  porque les llena los estadios. El día en que puedan quitárselo de encima, de Kiko no quedará ni el recuerdo de las corcheas. Al tiempo.

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