Este es un resumen de la Conferencia sobre la Eucaristía pronunciada por Monseñor Ferrer, subsecretario de la Congregación para el Culto Divino, de las cuales voy a rescatar y resaltar las sentencias que van dirigidas a las carencias del Camino Neocatecumenal sobre este aspecto, ahora solo falta que los caminantes acusen a Mons. Ferrer de persecución por decir la verdad
Presente y futuro de las Obras Eucarísticas de la Iglesia en el contexto de la nueva Evangelización.
Mons. Juan-Miguel Ferrer y Grenesche
Valencia 24 de noviembre de 2012.
El aniversario de la Federación Mundial de las Obras Eucarísticas de la Iglesia.
1. La adoración eucarística hoy, un soplo del Espíritu.
El Concilio Vaticano II y la ulterior “reforma litúrgica” significaron para muchos el descubrimiento de la “participación activa” en la Misa, la comprensión de la lengua en lecturas y, especialmente en las oraciones, que facilitaba hacer de ellas alimento y guía para la propia vida cristiana.
En tantos lugares se realizó una intensa catequesis litúrgica encaminada a fomentar la participación mediante las posturas y gestos corporales, con los silencios receptivos y mediante la palabra, con respuestas orantes, aclamaciones y cánticos entonados por toda la comunidad. Y especialmente se insistió en la recepción frecuente de la comunión eucarística, como cima de la participación sacramental.
Todo esto fue acompañado por un verdadero intento de renovación de la teología eucarística que ayudase a relanzar pastoralmente, sea la dimensión “subjetiva” de esta participación, es decir, su repercusión en la vida del creyente, sus frutos, sea, particularmente, la proyección misionera, apostólica y social de la misma.
De este modo todos los que hemos vivido estos últimos 50 años de la historia de la Iglesia hemos podido constatar muchos frutos positivos de todo esto, pero no podemos callar tampoco algunas sombras.
En el campo teológico las acentuaciones sobre los frutos y sobre el fruto social, en particular, derivaron en diversos autores y lugares en un auténtico desgajamiento respecto a la dimensión objetiva del Sacramento (la presencia real y permanente por medio de la transustanciación del pan y del vino), como se verificó en las teorías de la transignificación o de la transocialización. Papa Pablo VI con su encíclica “Mysterium fidei” (3 septiembre 1965) y con el “Credo del pueblo de Dios” (30 junio 1968) y el beato papa Juan Pablo II con su carta “Dominicae cenae” (14 febrero 1980) vinieron a poner en claro la perenne verdad católica sobre la Eucaristía. Del mismo modo los aspectos positivos de las nuevas corrientes teológicas, conciliables con la verdad cristiana han sido asumidos en documentos del magisterio del beato Juan Pablo II: carta apostólica “Vicesimus quintus annus” (4 diciembre 1988), Catecismo de la Iglesia Católica (1992-97), encíclica “Ecclesia de Eucaristía”(17 abril 2003), carta apostólica “Spiritus et Sponsa” (4 diciembre 2003), y carta apostólica “Mane nobiscum Domine” (7 octubre 2004), entre otros documentos, y de Benedicto XVI, singularmente su exhortación “Sacramentum caritatis” (22 febrero 2007).
En lo más estrictamente litúrgico y pastoral se verificó una “coagulación” litúrgica en la Misa. Toda la vida de piedad se centró en la celebración eucarística. Desaparecen en tantos lugares las adoraciones eucarísticas, las novenas y sermones autónomos. Todo pasó a celebrarse con la Misa. Y se produjo, en muchas comunidades cristianas, casi un olvido de otras formas de culto eucarístico. Es cierto que en 1973 (21 junio) se publicó el ritual de la Comunión y el Culto eucarístico fuera de la Misa, con interesantes aportaciones sobre la adoración eucarística fuera de la Misa y sobre la organización de los congresos eucarísticos. Pero también es cierto que en estos años de controversia doctrinal en torno al Augusto Sacramento, con tantas clarificaciones doctrinales de los Papas, tanto el nuevo Misal (1970) como este Ritual eliminan diversos gestos y signos de adoración presentes en la liturgia desde las controversias eucarísticas medievales:
1º se reduce mucho en la Misa la posición de los fieles de “estar de rodillas” (y en algunas comunidades llega, arbitrariamente, a suprimirse del todo),
2º se suprime ante la custodia la genuflexión doble y en la Misa se reducen también mucho las genuflexiones del sacerdote y de los ministros del altar (llegando en algunos casos a desaparecer, contra norma, todas las genuflexiones reemplazadas, en el mejor de los casos, por inclinaciones profundas, o no tan profundas); y en el momento de comulgar se comienza por tolerar la comunión “de pié”, (hasta eliminar casi universalmente los comulgatorios), para pasar luego a eliminar la comunión “de rodillas”, sustituida por un signo de veneración poco explicado, genuflexión o inclinación previas, (que terminan por ser prácticamente ignoradas), y, finalmente se pasa a autorizar la comunión “en la mano”, con una forma antigua, respetuosa y cuidada, pero que se va imponiendo hasta obligar a los fieles a comulgar de este modo, en algunos momentos (caso de los decretos ilegítimos de varias Conferencias Episcopales con ocasión del la misteriosa epidemia de “gripe A”, no hace tanto tiempo), y descuidando en muchos casos el modo, que se convierte en rutinario y poco reverente, en no algunos casos, (esto sin tocar el tema de los abusos de una Eucaristía no distribuida, sino “tomada” –autoservicio- que se han dado y aun se dan en ciertas comunidades). Todo esto, lo “normal” y lo “abusivo”, no deja de ser extraño y ajeno al común actuar de la Iglesia, que siempre venía reforzando en la liturgia las oraciones y gestos que podían defender la fe frente a los errores doctrinales que amenazaban al pueblo cristiano, aquí, en este caso, fue todo lo contrario.
Si tratamos de ofrecer una visión de conjunto de estos 50 años, a escala mundial, tendremos que reconocer que en muchos lugares las aguas se ha ido encauzando gracias al Magisterio de los Papas, al que hemos aludido, y a la acción tenaz de algunos Obispos en sus diócesis. Pero tampoco podemos silenciar que en otros muchos lugares se ha producido una real perdida de la fe eucarística del pueblo cristiano, un grave deterioro de los valores religiosos y de la fe en general, debidos a causas muy variadas de orden cultural (estamos viviendo una “revolución cultural” a escala mundial que quiere hacer desaparecer de la vida social la cuestión religiosa), pero que además han sorprendido a los católicos, en muchos casos, con las “defensas” muy bajas. A lo que ha contribuido y sigue contribuyendo, por desgracia, en muchos lugares del orbe católico, una mala formación teológica y litúrgico-sacramental en particular en Facultades, Seminarios y Casas religiosas de formación.
(...)
Precisamos introducir de nuevo esta dimensión de adoración en nuestra vida, en nuestra oración, en nuestra liturgia. Esta será una gran tarea para la Iglesia, tarea que concierne de modo muy particular a todas las Obras Eucarísticas de la Iglesia, desde la peculiaridad propia de cada una de ellas.
Sin perder nada de la confianza filial para con nuestro Dios, Trino y Uno, hemos de esforzarnos por recuperar el santo temor de Dios (que no es miedo, sino verdad, sólo Dios es Dios, nosotros obra de sus manos). Temor de Dios que se traduce en sentido de lo sagrado, un adecuado equilibrio de “continuidad-discontinuidad” entre lo “natural” y lo “sobrenatural”. De modo que lo sobrenatural no se torne inaccesible e imposible, ni tampoco se trivialice.
Personalmente creo que es indispensable recuperar el lenguaje religioso de lo sagrado que tiene fundamento bíblico. El Padrenuestro, los salmos y cánticos nos dan el vocabulario de la oración de la fe, los gestos de los orantes bíblicos nos dan los gestos de la oración cristiana. Hay que enfatizar hoy gestos de adoración (gestos de fe): postrarse, ponerse de rodillas, hacer genuflexión, inclinarse profundamente, inclinar la cabeza. Dejar de llamar a Dios “Padre”, sería renegar de Cristo, dejar de doblar ante Él las rodillas también es una traición. Es verdad, somos hijos, no simples siervos, pero somos hijos “en el Hijo”, que es el “Siervo”. Son las aparentes paradojas de nuestra fe que nos educa para la “visión”, que se cumplirá en el Cielo. Un cielo que el libro del Apocalipsis nos anuncia con los claros tintes de una gran liturgia de alabanza y adoración.
Creo que nos resulta indispensable recuperar el valor de la escucha y del silencio. Silencios en la Liturgia (antes de la Misa; en el acto penitencial; antes de la Or. Colecta; tras las Lecturas; durante la presentación de los dones; rodeando el relato de la institución –consa-gración- dentro de la Plegaria Eucarística; antes del Padrenuestro -que inicia la preparación para la Comunión- ; y, finalmente, tras la Comunión); silencios en la adoración eucarística, tanto personal como comunitaria (sería negar la adoración eucarística instrumentalizar la “exposición del Santísimo” para simplemente acompañar –solemnizar- una novena o una Hora del Oficio Divino, igualmente, siendo plenamente recomendable a lo largo de una exposición amplia –prolongada- proclamar textos de la Palabra de Dios, realizar “preces” o letanías, o celebrar alguna hora del Oficio, no se puede convertir el tiempo de la adoración del Santísimo en una abigarrada y atropellada sucesión de rezos, lecturas y cánticos, sin respiro, casi sin sentido).
(...)
Conclusión.
Nunca fue tan urgente adorar, profesión de fe que abarca a toda la persona y toda su vida, el “Año de la Fe”, que hemos comenzado ha de ser ocasión, como este 50 aniversario que celebramos, de seguir profundizando sobre estas cuestiones esenciales de nuestra vida personal y de la vida de la Iglesia. Gracias.
¡ Viva Jesús sacramentado ¡
El texto completo de la conferencia esta aquí:
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